1. Bucaneros, filibusteros, corsarios o piratas. Muchos nombres para una banda de irreductibles, sin nación, ni bandera, sin prejuicios y con una única regla de vida: la libertad y la audacia. Conocidos a través de la historia, de la leyenda, de la literatura, del cine, la figura del pirata se ha forjado como la de un hombre sin temor, un proscrito sin patria…
Recuerda en qué circunstancias suena esta canción en la película. ¿Qué función cumple? ¿La figura del pirata está asociada a algún personaje? ¿Por qué crees que el director la ha elegido?
Yo creo que la canción le da un toque de gracia y surrealismo, quizás una forma de mirar las cosas infantil, pero enfocando y sin dejar de lado los temas que se quieren tratar en ningún momento.
Se podría decir que más de un personaje tiene alguna pincelada de pirata.
Chusa, es bastante pirata, trae droga a contrabando, escondiéndola para después poderla vender, igual que hacían los piratas con lo que robaban, lo escondían, para en un futuro poder sacar provecho de ello.
Doña Antonia, simplemente robaba y bebía ron, es la que más se adapta a la figura del pirata. Roba, lo esconde y bebe.
Los otros personajes, tienen algunos trazos, pero no tan marcados.
Alberto, también roba, pero no material, le robó el corazón a Elena.
Elena, huyó de casa, igual que los piratas.
Y por último Jaimito, tiene una mascota del alma, igual que un loro los piratas, el un hámster.
Pero de todas formas, el personaje que más se parece a un pirata es Doña Antonia.
Supongo que el director habrá escogido esta canción para darle un toque más humorístico, o para seguir el rol de toda la película, tomarse estos temas a broma, pero dejando caer algunos detalles que dan a entender que lo que se está tratando es un tema bastante serio.
2. La canción elegida tiene una letra absurda, surrealista, casi infantil. El tema del pirata también ha sido tratado por la literatura y el cine a lo largo del tiempo. Aquí tienes algunos textos que lo ilustran. Ojéalos y propón tu otro texto, novela, canción, poema, anuncio publicitario o película en donde aparezca la figura del pirata.
Sacos de arena
Epílogo
En el número 13 de la calle este de Meridian, hace ya casi 3 meses que no vive nadie, nuestros vecinos marcharon hacia su país de origen. Al hombre le habían ofrecido un gran trabajo allí. Con despacho propio, una casa grande, coche de la empresa y un sueldo más que generoso.
El hombre, Dimitri, era una gran persona, con un carácter muy trabajador, amante de la fiesta por eso. Siempre tenía un buenos días entre la comisura de sus labios, preparado para salir en cualquier momento. Dotado de una gran inteligencia era un miembro importante de una empresa de muebles. Era alto, muy ancho de espaldas, una voz grave, unas manos grandes y fuertes, un hombre que se notaba que había trabajado cargando muebles durante muchos años antes de conseguir ese puesto.
Su mujer, Irina, era una mujer más bien bajita, rubia, de pelo rizado, decantándose más hacia una figura rechoncha que no a una figura esbelta, con unos ojos azul profundo y una piel muy blanca. Era una de las mejores personas que podías conocer, siempre dispuesta a ayudar, haciendo un gran esfuerzo por aprender el español, pero siempre se le escaba alguna palabra en su idioma natal, el ruso.
Dimitri e Irina tenían dos hijos, la mayor era Anastasia y el menor era Alexander.
Anastasia era un calco de su madre, eran como dos fotocopias. Siempre iban juntas a todas partes, tomando, cada una, una mano a Alexander, el cual de vez en cuando pegaba un pequeño salto para que su madre y su hermana lo elevaran bien alto. Anastasia era un poco más alta que Irina, pero no mucho. Una estudiante excelente, una persona trabajadora, tenía claro que de mayor quería ser cardióloga y que para ello tenía que dedicar muchísimas horas al estudio, pero siempre la veías con una sonrisa de oreja a oreja, radiante de alegría.
Alexander era el menor de la familia, tenía tres añitos, nunca se despegaba de su madre y su hermana, y mucho menos de su perrita Katia, con la que podía pasarte horas y horas jugando y revolcándose por el brillante suelo de la casa. Era regordete y rubio y su andar era más bien torpe pero muy gracioso. De mejillas hinchadas y nariz chata era de lo más gracioso y cariñoso que podías ver.
Capítulo 1: ruta turística por la callede la soberbia.
Hace un mes llegaron los vecinos nuevos. Ya hacía días que los veíamos rondar por aquí, pero hasta entonces no se presentaron como tales. Parecían una familia normal, muy refinada y con unos excelentes modales.
Esta vez procedentes de Holanda. Era una familia adinerada, con un vestuario muy cuidado, sobre todo ella, Zelma. Ella era una mujer de estatura media, con el pelo a la altura de los hombros, rubio, con unas facciones muy finas, una piel que distaba mucho de ser morena y unos ojos verdes.
Su marido Walter era un hombre que bestia con chaqueta con corbata. También era muy blanco de piel y sus ojos eran verdes, su cabello era mucho más rubio que el de Zelma, lo llevaba bastante corto.
Herman era el hijo de la pareja, tendría unos 12 años, al igual que sus padres era muy blanco de piel, ojos verdes y pelo rubio. Vestía totalmente conjuntado, seguro que era el típico niño de mama, que cada mañana cuando se levantaba tenía la ropa doblada a los pies de la cama y que la madre antes de salir se chupaba el dedo pulgar para quitarle el pequeño churretón de leche que tenía su niñito del alma en los lados de la boca, pensé yo.
Por último, quedaba la mascota, un perro pastor alemán llamado Luther. Tenía muy malas pulgas y Walter tenía que sujetar la correa con firmeza para que no saliera corriendo. Tenía unos dientes muy blancos y grandes, se notaba que era un perro entrenado para atacar.
Esa misma noche, nos invitaron a cenar a su casa, a la que nosotros no pusimos ninguna pega. Nada más tocar el timbre nos abrió la puerta Herman, que no sé por qué ya le había cogido cierta manía, ofreciéndose para cogernos las chaquetas y llevarlas hacia el colgador.
A todo esto, Zelma bajó las tres primeras escaleras y diciendo: ¿no es encantador? Cuando acabó de pronunciar esas palabras, yo ya sabía lo que supondría esa cena: hacer alarde de muebles caros, comida exquisita, niño prodigio, marido de negocios y suelo de mármol importado de la orilla del Tigris o algún río a cual más exótico. Y no me alejé mucho. Una vez subimos, ya noté que toda la decoración estaba cuidada al mínimo detalle.
Nos sentamos en la mesa, mientras Zelma nos contaba que estaban aquí por qué a Walter le habían ofrecido un magnífico trabajo y que no se pudieron negar. A todo esto entraron Walter y Herman, los dos con la misma vestimenta. Chaqueta negra con camisa beige y corbata anaranjada. Con el poco pelo que tenían de punta, unos zapatos negros brillantes, a causa de la gran capa de betún que les habían dado, y un reloj de oro con unos grabados en plata, la única diferencia entre ellos era que Walter llevaba el anillo de casados. Una vez estos dos se sentaron a la mesa vinieron dos muchachas vestidas de negro con un delantal blanco redondo y un gorrito de lo más ridículo, blanco también, con una bandeja en cada mano llena de canapés de caviar ruso de la más alta calidad, de diferentes clases de pescados, montaditos de salmón nórdico y otras muchas exquisiteces en pequeñas porciones. Una vez acabamos con los canapés vinieron las sirvientas, Rebeca y Matilde, a retirar las bandejas doradas y al cabo de poco rato vino la más bajita de ellas, Rebeca, con unas bandejas de plata que según Zelma eran piezas únicas, con unos pescados grandes y patatas a rodajas que tenían muy buena pinta. Detrás de ella venía Matilde con unas botellas de vino Chardonnay. Después de este alarde de superioridad y de dinero, todos empezamos a comer cuando de repente se escuchó
– Herman, ¿por qué no nos tocas algo con el piano?- dijo con un tono de soberbia Zelma.
- Sí madre- respondió con una sonrisa en los labios Herman. Este se sentó en su pequeño taburete negro, que estaba justo delante del gran piano de cola, y empezó a toquetear las teclas, con una maestría bastante admirable.
- Muy bien, cariño, ya puedes seguir comiendo- dijo Zelma.
- De acuerdo, madre- Herman respondió. Y se sentó de nuevo en la silla y siguió comiendo el pescado. De repente Rebeca y Matilde se acercaron para retirar todos los platos y traer los cubiertos de plata para el postre. Después llegó Matilde con un carrito rústico, estilo gótico, muy recargado, con muchos dulces diferentes.
Pasado un rato Zelma nos propuso ir a ver la casa. Subiendo las escaleras, para ir hacia las habitaciones, toda la pared estaba llena de títulos que Walter tenía, fotos de ellos con su mejor ropa en parajes preciosos luciendo sus mejores sonrisas, y cómo no, infinidad de fotos de Herman. Cuando llegamos a las habitaciones, todas estaban perfectamente conjuntadas e insonorizadas. La habitación de Herman eran dos habitaciones, habían tirado el tabique de en medio para que la habitación de su amorcito fuera más grande.
Tenía un proyector que daba a una pantalla gigantesca, a la cual también estaban enchufadas muchísimas maquinas de videojuegos diferentes, un ordenador carísimo, una estantería llena de juegos de mesa y en una esquina una mesa de billar, y la cama era de matrimonio.
La habitación de Zelma y Walter era más pequeña, pero no les faltaba la cama gigantesca, el proyector y un armario que recorría toda una pared de la habitación y seguía hasta la mitad de la otra pared. La media pared era de Walter la otra entera era de Zelma. En la parte de Zelma había cinco puertas: una para los abrigos, otra para la ropa de invierno, otra para la de verano, otra para la ropa de entretiempo y otra para los zapatos.
Al lado de su habitación estaba el escritorio de Walter. Lleno de papeles, carpetas, archivadores, y un ordenador aún mejor que el de Herman. Una vez acabamos de ver el piso de arriba, se ofrecieron a acompañaros a la puerta, pero no nos iríamos sin antes ver el garaje y el jardín. El garaje estaba lleno de libros y al fondo estaba Luther, atado con una cadena a la pared y sin parar de ladrar y enseñar sus dientes. Después de ver el garaje, nos acompañaron hacía el lujoso jardín, en el cual, al fondo había una cascada que iba hacia un río que acababa en un estanque bastante grande, iluminado con unas preciosas luces de colores, del que Zelma quiso remarcar que las lámparas, estaban hechas de cristales Swaroski y estaba lleno de gigantescas carpas de colores. En otro rincón del jardín había unos cactus inmensos y unas palmeras bastante creciditas, y en los laterales había rosales trepadores y un montón de pequeñas plantas llenas de coloridas flores. Cuando acabamos de ver el jardín nos acompañaron hacia la puerta, dejándonos una estampa bastante artificial. Walter cogía a Zelma por la cintura mientras esta le pasaba la mano por la espalda a Herman, los tres sonriendo y diciendo un adiós de los más prepotente.
Capítulo 2: Las llamadas, llamadas misteriosas.
Esa misma noche, después de cenar en casa de los Schoemberg, mis padres empezaron a comentar lo simpáticos que eran los vecinos, la decoración de su casa, las sirvientas, lo bonito que era Herman. A todos les carcomía la envidia por dentro, mi padre quería tener un ordenador como el de Walter, un despacho como el de Walter, mi madre quería tener toda la ropa de Zelma, ese jardín con cascada, río, estanque, muchas flores y mi hermano quería la habitación de Herman. Yo quería saber por qué tenían ese aire de superioridad, no envidiaba la ropa de Zelma, porque ella no hace nada para conseguirla… trabaja su marido y tampoco es que trabaje mucho y no valora las cosas, lo tienen todo con suma facilidad y quizás sea esa la razón de su sentimiento de superioridad.
Durante unas dos semanas tuvimos una relación normal entre vecinos, pero pasados estos quince días vino Zelma y tocó el timbre. Nos dijo que se iban de viaje de negocios a Sudáfrica, que si les podríamos echar comida a los peces del estanque y a Luther, y antes de que mi madre dijera nada yo respondí un “sí” rotundo, y ella dijo que me estaba muy agradecida.
Al día siguiente empecé con el favor para Zelma. Abrí la puerta con la llave que ella me entregó y ya escuchaba a Luther ladrar como un loco, tenía cierto miedo, puesto que no dejaba de ladrar, pero fue echarle comida y agua, y cepillarle el pelo, cuando empezó a mover la cola como un desesperado. Me fijé bien, y tenía cicatrices viejas, quizás era tan agresivo porque cuando era pequeño le pegaron, pobrecillo, pensé. Le desaté la cadena del cuello y lo deje libre por el jardín, mientras les echaba comida a aquellos enormes peces, que parecían casi esturiones a causa de su tamaño. Eché la comida y empezaron todos a chapotear como locos, había dos peces que eran realmente enormes, uno era blanco y el otro rojo. Cuando acabé mi faena me fui a casa. Durante 10 días repetí lo mismo cada día, darle de comer y beber al perro, soltarlo, echarle de comer a los peces y atar a Luther de nuevo. Pero un día escuché que el teléfono sonó, y subí a cogerlo, al otro lado de la línea había un hombre que hablaba en holandés o algún vocablo parecido, pero la verdad es que no me enteré de nada. Cuando me dirigí a él en español para interrumpir su discurso y se dio cuenta de que no era ningún miembro de la familia Schoemberg empezó a gritar como un loco sin cambiar de idioma, y una vez descargó toda su rabia contra el teléfono y contra mí, colgó muy bruscamente, yo, perplejo, me quede mirando el teléfono con cara de extrañado, lo colgué y me fui. Durante los cinco días siguientes se repitió lo mismo, la misma llamada, a la misma hora, la misma reacción y el mismo resultado.
El decimosexto día de mi labor llegaron los Schoemberg y Zelma me dijo que si había pasado algo fuera de lo normal, entonces yo le expliqué todo lo relacionado a cerca de las llamadas. Walter también estaba allí y al escuchar lo de las llamadas subió corriendo, desesperado a mirar el teléfono, al instante se asomó por la ventana y le dijo a Zelma una cosa con un tono muy alto y enfadado. Zelma me dio las gracias corriendo y subió para el salón con una velocidad impactante. Ante todo esto, me quedé atónito, sin saber qué hacer, entonces me di la vuelta y me fui para casa.
Al día siguiente Zelma vino a disculparse por su reacción. Aprovechando la ocasión le pregunte a que se debía tanto interés por esa llamada, ella me dijo por qué le tenían que mandar un paquete con plantas, que a ella le encantaban las plantas. Después de esta obvia mentira, no pregunté más, sabía que tarde o temprano lo descubriría. Esa misma tarde llegaron dos inmensas cajas de madera, las dos con agujeros, pero eran demasiado pequeños para saber lo que había dentro. Nada más llegar las cajas, Zelma se puso a plantar unas flores preciosas, bastante exóticas, con unas grandes y voluminosas hojas, pero solo plantó dos plantas, era imposible que esas dos plantas ocuparan dos cajas como las que había visto yo en la entrada. Zelma se asomó al balcón y me dijo:
- ¿Te gustan mis dos plantas nuevas?
- Sí, son preciosas- respondí- pero, ¿solo había eso en esas dos cajas tan grandes?
- No, también había encargado unos sacos de arena.
- Ahh, de acuerdo.
Después de este pequeño diálogo me fui a dormir, había sido un día demasiado largo.
Al día siguiente me levanté e hice mi vida normal: desayunar, la cama y otras tareas del hogar variadas, entre ellas barrer el garaje. Mi garaje está pegado al de Zelma, separado por una simple pared, de repente escuché el sonido de la cadena de Luther, pero Luther nunca estiraba de la cadena con tal fuerza, ya que sabía que no podía escapar de ella, pero pensé que estarían jugando con él. Cuando acabé con el garaje, subí al balcón para ver el jardín e en el jardín de Zelma vi a Luther suelto y correteando, chapoteando en el agua y intentando cazar los peces sin mucho éxito, pero, aun escuchaba las cadenas, el ruido interminable e incansable de las cadenas. Bajé de nuevo al garaje para ver si verdaderamente se escuchaban los golpes, o simplemente eran imaginaciones mías, que a la larga hubiera preferido; pero no, no eran imaginaciones mías, las cadenas se escuchaban y enérgicamente. Ante esto me tenía que inventar alguna excusa rápida para poder ir a casa de los Schoemberg, y como no, utilicé la típica escusa de vecinos:
- Perdona Rebeca- dije- ¿me podéis presta un poco de sal?
- Claro que sí- dijo ella muy amable- pero quien me trajo la sal fue Zelma-
- ¡Aprovéchala eh!, que es importada- ya no sabía qué hacer con esa mujer… siempre presumiendo de todo, incluso de la sal-
- De acuerdo. Por cierto, ¿no se escuchan las cadenas en el garaje?
- Sí, es Luther.
- Pero si Luther está en el jardín- afirme tímidamente.
Ante todo esto, Zelma llamó a Walter y le dijo algo en holandés que no entendí, y escuché un golpe, y tras éste, un pequeño quejido, y ya no escuché más las cadenas.
-No te preocupes, será el viento- dijo ella apresurada-
- De acuerdo, gracias por la sal Zelma- contesté.
- De nada, de nada. Adiós- y cerró la puerta.
De repente, antes de entrar a mí casa, se me ocurrió mirar por las rejillas que había en los bajos de la puerta del garaje, pero las habían tapado concienciadamente, para que desde fuera no se viera nada de nada. Después de esto, miré la parte positiva, tenía un paquete de sal importada de no sé dónde, eso supongo que sería bueno. Entré en casa y le dije a mi madre que los vecinos nos habían regalado la sal, y se puso más contenta que unas pascuas.
Capítulo 3: La cruda etiqueta.
Dos días atrás me despertaron los gritos de Walter, los ladridos de Luther y los estirones de las cadenas. Toda una sinfonía. Ya me estaba empezando a cansar del ruidito de las cadenas, era insoportable, todo el día sonando esos chirriantes ruidos. Solo faltaba que Luher se pusiera a ladrar y se le uniera un oso holandés, haciendo alarde de todo el potencial de su voz.
Le pregunté a mi madre si escuchaba los ruidos, y me dijo que sí, que sería el perro que habría intentado morder y le estarían regañando, pero esos ladridos no eran de un perro golpeado, si no de un perro mordiendo. Tenía que descubrir qué eran esos ruidos.
Toqué el timbre de la casa, me abrió Zelma, que me dijo:
- ¿Quieres más sal?
- No, gracias de todas formas. – Los ruidos no paraban de sonar, ni Luther de ladrar ni Walter de gritar.
- Entonces, ¿qué quieres?
- Preguntar qué es tanto escándalo, no se puede ni dormir.
- Ya lo siento, es que no hemos tenido tiempo de insonorizar el garaje, mañana mismo saco el dinero y esta semana estará acabado.
- De acuerdo.
Cada día me daba más rabia esa mujer, en toda ocasión sacaba su lado más sibarita, le había preguntado que qué era tanto escándalo no que me explicara que iba a insonorizar el garaje.
Ese mismo día, los Schoemberg fueron a comprar, entones pensé en tocar el timbre. Me abrió Matilde.
- Hola, ¿qué quiere?
- Sacar a Luther a pasear un rato.
- De acuerdo, ahora se lo saco.
- No, tranquila –le dije- ya lo voy a buscar yo. –no le dio tiempo a detenerme, entré en el garaje, y lo que vi, no eran precisamente sacos de tierra.
- Le ruego que no diga nada, dijo Matilde muy preocupada. Yo ni siquiera giré mi cuerpo, caminé marcha atrás, sin dejar de mirar aquella impactante estampa, salí de la puerta y me despedí de Matilde.
Entré en casa, necesitaba decirle a alguien lo que había visto, no podía aguantar ni un segundo más, la familia perfecta, no era la familia perfecta que aparentaba ser… eran unos piratas roba almas.
Aquella sombra, en la esquina del garaje, con aquellos ojos azules, pelo semi largo, extremadamente delgada, solo vestida con unos pantalones muy cortos y destrozados. Llena de mordiscos y arañazos de Luther, sin fuerzas ni para respirar, era la imagen de la tristeza y la inferioridad enfrascada en un mismo cuerpo, etiquetada con el nombre de: explotación infantil.
3. La palabra “pirata” y sus derivados ha experimentado muchos cambios semánticos a lo largo del tiempo. Ahora hay piratas-hacker, todos pirateamos constantemente, compramos discos pirata, películas pirata, hay leyes contra la piratería, llevamos pantalones-pirata, nos decimos ¡pirata!...) ¿Qué asocias hoy a la palabra pirata y sus nuevos significados? ¿Positivas, negativas? Explícalas.
A mí la palabra pirata, me inspira lo mismo ahora que la palabra pirata de los cuentos infantiles, de hecho todo es lo mismo.
Los piratas, saqueaban los barcos, no pagaban nada, y perjudicaban a muchísima gente, los piratas de hoy en día hacen lo mismo. No saquean barcos, sino cines, no pagan nada, y perjudican a toda la cadena cinematográfica y discográfica haciendo perder millones.
Si lo miramos de otro lado, los piratas de hoy en día podrían ser comparados con Robin Hood, puesto que roban a los ricos, no para dárselo a los pobres, sino para que a los pobres les salga más económico. El hecho de que nosotros pirateemos constantemente, está debido a los elevados precios del cine y de los discos de música, entonces, todos somos culpables.
Es decir, yo, con la palabra pirata, asocio las palabras robo y estafa que serían, claramente, palabras negativas, pero también asocio ahorro, con lo cual es positivo.
El problema es, que nosotros no lo vemos como un robo, porque lo hacemos desde nuestra habitación, delante de la pantalla de un ordenador y encima nos ahorramos los 20€ de un CD o los 6€ de ir al cine, con lo cual, para nosotros la piratería es positiva, para el mundo cinematográfico o discográfico es negativa.
4. Propón otra canción actual que crees que podría sustituir a la de Kiko Veneno en la película.
La canción que yo propongo es de Fito & Fitipalids, Soldadito marinero.
La biografía de Jose Luís Alonso de Santos, el autro de "Bajarse al moro"
(Valladolid, 1942) Dramaturgo y director de escena español. Licenciado en Ciencias de la Información y en Filosofía y Letras, comenzó su carrera teatral en 1964 en grupos de teatro independiente como el TEM, Tábano, TEI y Teatro Libre, en los que trabajó como actor, director y dramaturgo.
En 1975 se estrenó como autor con ¡Viva el duque nuestro dueño!; a esta pieza siguieron La verdadera y singular historia de la Princesa y el Dragón y El álbum familiar, texto de 1981 donde recoge la herencia de El tragaluz de Antonio Buero Vallejo, pero al que el joven dramaturgo adapta esa actitud positiva compartida por otros autores de esta década, decididos a no condenar a sus criaturas a la catástrofe final, permitiéndoles iniciar otro camino.
De 1981 es también La estanquera de Vallecas, Premio Gallo Vallecano 1981, que, junto con Bajarse al moro (1985), Premios Tirso de Molina y Nacional de Teatro 1985 (compartido éste con La taberna fantástica, de Alfonso Sastre), compone el paradigma estético e ideológico de los autores de estos años. A partir de entonces su carrera de estrenos y éxitos de público no ha decaído. En 1986 estrena La última pirueta; en 1987, Fuera de quicio; en 1989, Pares y Nines.
En Trampa para pájaros (1990), después de sus incursiones en la comedia humorística, coloca de nuevo ante el espectador la conflictiva realidad presente, esta vez en el debate político entre la intolerancia, último reducto de un sistema periclitado que representa Mauro, el ex policía franquista, y la libertad, personificada en su hermano Abel. Mauro era un pájaro en una trampa, ya no puede salir. Signos cainitas se perciben en la fraternal oposición y hasta en los nombres propios. La dialéctica soñador-activo que presentan los hermanos en su construcción como personajes evoca la planteada en la dramaturgia bueriana, de la que Alonso de Santos se reconoce deudor.